Creería yo que hay momentos únicos en la vida: el primer día de colegio, el primer beso, la primera vez de la primera vez y el hecho de presenciar el debut de un artista del que no sé sabe muy bien qué esperar, pero del que se espera tanto como si se tratara de todas experiencias juntas.
Al día de hoy, no sé muy bien qué estaba esperando la primera vez que vi a Mamíferos, pero tengo la certeza de que la experiencia valió tanto, igual o más como si se tratara de ese primer viaje en avión, mi primera mascota o mi primer día en primero de primaria. Primero todo, primero el resplandor, ¿y después? El asombro, la sorpresa y las ganas de escuchar más.
¿Y antes de todo eso? La nada absoluta, el desconocimiento total, la duda universal: ¿qué es Mamíferos?
Idilio Entre las Piedras llega como una revelación divina, como si en el cielo cantasen las musas y en la tierra se diera el nacimiento de un divino niño. No se sabe muy bien de dónde viene ni para dónde va, pero muestra su color, prende su fulgor y todo alrededor se eleva. El misterio se desvela. Ya no hay más sombra.
De la mano de esa Hipercandela que se abre como un juego de pong que retumba en nuestros oídos y que enciende el cuerpo, nos damos cuenta de que esta nueva es, sobre todo, mucha más experimental y mucho más dispuesta a los encuentros para el desencuentro.
Así como alguna vez hicimos parte de esa Mudanza, ahora estamos inmersos en un espectáculo, en una teatralidad —porque no podría ser menos— en la que podemos no podemos esperar sino las sorpresas de lo inesperado. Porque primero fue la llama, primero fue el resplandor voraz.
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